domingo, 20 de junio de 2010

El Chacal de Tacubaya


Francisco Macías
La Prensa


Con su navaja de barbero, Santiago Rodríguez Silva, originario del estado de Guanajuato, gráfica inferior izquierda, mató a tres mujeres en el interior de la peluquería La Flor de Oaxaca, en la Colonia Escandón, perímetro de Tacubaya. A raíz de este caso la sociedad de 1934 bautizó al asesino como “El Chacal de Tacubaya” o “El Matador de Mujeres”.
En una masacre similar, 6 años antes, el asesino dio muerte hasta al perico hablantín para que no lo denunciara; la segunda ocasión un loro se salvó porque se ocultó tras unos muebles, mientras el criminal tiraba golpes con su navaja libre de peluquero, con la que había abatido a tres mujeres en un inmueble de las calles de Patriotismo, colonia Escandón, Distrito Federal.
Al primer multihomicida (Luis Romero Carrasco) le fue aplicada la ley fuga cuando viajaba en un ferrocarril, a la altura de Tula, Hidalgo.
Al segundo le “concedieron” el mismo castigo en el lugar de sus crímenes, cuando la policía intentaba una reconstrucción de hechos. En ninguno de los dos homicidios “legales” hubo castigo para los criminales con placa, quienes simplemente tomaron la ley en sus manos.
Como ya le informé en pasado número de este suplemento, amable lector, Luis Romero Carrasco mató por dinero en la colonia Peralvillo (calle Matamoros) a sus tíos, a una sirvienta, a una niña y al perico, en el año 1928. El posteriormente denominado “Chacal de Tacubaya”, Santiago Rodríguez Silva, asesinó en 1934 a las señoras Juana Castañeda, Estela Heredia y María Teresa Pulido por causas que permanecen en el misterio.
Luis Esparza, entonces jefe de la sección de Identificación en Tacubaya, estaba seguro que Rodríguez Silva no actuó solo. Decía que “dadas las pequeñas dimensiones de la pieza que servía de dormitorio a las mujeres, donde apenas podían moverse a causa del modesto mobiliario, al ser atacadas por el exsoldado, cualquiera de ellas habría pretendido escapar por la azotehuela, cosa que fácilmente hubiese logrado de no habérselo impedido alguna otra persona”.
Si ha de creerse a Rodríguez Silva cuando dice que sólo tomó de la caja de la peluquería los 12 pesos y cincuenta centavos que le correspondían por su semana, ¿quién se llevó entonces las dos alcancías y la petaca que estaba sobre la silla cercana a la cama y se llevó los ahorros de la familia Heredia?, preguntaba el funcionario. También había monedas de un peso tiradas en el piso del escenario de la tragedia, ¿quién las abandonó?, inquiría el investigador. Explicó en su oportunidad que el lote 80 de las calles de Patriotismo daba a un corral que llegaba hasta las calles Martí; primero estaba la peluquería, con su banca, tres sillones, lavabo... en otro cuarto trasero -con puerta al corral- aparecía un cajón con trastos, un anafre, el lavadero, una mesa y el excusado; por ahí se entraba a la recámara de las mujeres.
La persona que descubrió los cuerpos se percató que el radio estaba funcionando; a la izquierda se veía el bracero, con una tortilla medio quemada y una olla con restos de café negro; el loro sobreviviente estaba agazapado en medio de unos muebles, cerca de la ventana que da a la recámara; se afirmaba que cuando lo rescataron los vecinos, el animalito “temblaba como si hubiera podido darse cuenta de lo sucedido”.
Al frente de la puerta estaban los cadáveres de la madre y hermana de Heredia, y en la cama, tendida en semiflexión, María Teresa. Al pie del mueble se veían los zapatos de la infeliz muchacha, “prueba inequívoca de que ella se había cuando menos recostado para descansar, pues las cobijas del lecho estaban intactas, no se notaba que hubieran servido para cubrirse con ellas”, concluyó Luis Esparza.
Según las primeras averiguaciones, el triple crimen se cometió el 22 de abril de 1934, a partir de las 22:00 horas, aproximadamente.
Tras dar muerte a las tres mujeres, Santiago Rodríguez Silva huyó hacia Guanajuato y fue arrestado por investigadores locales. A las 12:30 horas del 29 de abril de 1934, declaró ante el agente del ministerio público, Ladislao Aguilera Gallardo, en la Inspección de Policía de la ciudad de León, y dijo tener 28 años de edad, ser soltero, de oficio peluquero, originario del Mineral de Providencia, municipio de Ciudad González, Guanajuato. Comentó que sabía leer y escribir “un poco” y que desde 1931 vivió con la familia formada por Juana Castañeda y sus dos hijos, David y María Estela Heredia Castañeda; que se unió con la familia en la ciudad de Maravatío, Michoacán, unos cuatro meses antes, pero partieron a la ciudad de México a buscar trabajo.
El empleo lo encontró el declarante en una peluquería y David en una zapatería. Primero, la familia se hospedó en Martín del Campo 48, colonia Moctezuma, domicilio de una prima del sedicente, de nombre Sofía Ángel Silva. Luego, el de la voz ingresó al Ejército; desertó, poniéndose a trabajar como oficial en la peluquería “La Pompeya”, situada en la primera calle de San Miguel.
Finalmente fueron a dar a la colonia Escandón, perímetro de Tacubaya, en la calle de Patriotismo 80, donde el declarante montó una peluquería a la que pusieron por nombre “La Flor de Oaxaca”. En noviembre de 1933, su amigo David Heredia llevó a la casa a la señora María Teresa Pulido, con quien hacía vida marital, “yo nunca requerí en amores a la amasia de David, pero sostenía relaciones amorosas con su hermana, María Estela Heredia”, dijo el declarante.
Desde el principio este romance fue lícito, pero a últimas fechas el declarante insistía con su novia para que tuvieran relaciones sexuales, a lo que se negaba, pero a fines de febrero accedió e hicieron el amor en la misma casa, ya que “le había prometido matrimonio”. No volvieron a intimar y el domingo, 22 de abril de 1934, el exsoldado trabajó todo el día en la peluquería y luego se fueron sus ayudantes Efrén Prado Marcos y Leonardo Torres.
En Patriotismo 80 quedaron la señora Juana Castañeda, su hija María Estela y María Teresa Pulido; David tenía empleo como velador y aquel domingo salió como a las 8:00 de la noche. Salieron a dar un paseo las mujeres y el peluquero se quedó solo; como a las 21:00 horas regresaron las mujeres. El exmilitar preparaba un poco de café con leche; la radio estaba encendida y dejaba escuchar la voz grave de un locutor...
Aclaró luego que entre 8:00 y 9:00 de la noche tomó mezcal que había encargado. Decidió llamar a María Estela, su prometida y, como no salía, entró al cuarto y le reclamó porque había rumores en el sentido de que la joven sostenía relaciones ilícitas con su hermano David.
Entonces salieron Juana y María Teresa, mientras María Estela reclamaba airadamente las ofensivas palabras del exsoldado, quien le pidió que “no levantara la voz”. De pronto, María Estela lo agredió, rasguñándolo en un hombro con “algo que traía en la mano”; más tarde entraron la señora Castañeda y su nuera. Juana tomó un cuchillo para agredir a Santiago y logró herirlo en la mano derecha, en tanto que María Teresa intentaba golpear con un tubo al peluquero.
En unos momentos todo se volvió confuso, dijo el exsoldado y les pegó con una navaja de barbero que portaba para defensa propia; las tres cayeron con rapidez, casi eran cadáveres cuando se desplomaron encima del declarante, quien pudo liberarse para llegar a la azotehuela, donde se lavó las manos y curó sus heridas; como tenía su ropa manchada, se cambió y se fue del lugar. Luego se presentó en el domicilio de su amigo Nicolás, quien vivía en calle Comercio 114, en la misma colonia Escandón y, tras tomar un taxi, fue a Tlalnepantla, donde abordó el tren para Salamanca, a donde llegó a las 5:00 de la tarde del día 23. Durante horas buscó empleo en las peluquerías de sus antiguos patrones, sin preocuparse demasiado por la persecución policiaca que iba a desatarse.
Al ser traído al Distrito Federal, el último día de abril, Santiago Rodríguez Silva, “El Chacal de Tacubaya” o “El Matador de Mujeres”, fue visto por su examigo David Heredia, quien trató de matarlo, haciéndose justicia por su propia mano.
Desde Tula, apretados racimos humanos esperaban el tren en que viajaba el ya célebre multiasesino, para amenazarlo y agobiarlo a maldiciones. Ya frente a la Jefatura de Policía, se confundían las voces de curiosos y policías, de reporteros y fotógrafos. En la calle Revillagigedo lo insultaron, pero el multihomicida no daba muestras de estar asustado ni arrepentido. Una mujer quiso lastimarlo con las uñas, David Heredia quería ahorcarlo: ¡Déjenme matar al asesino de mi madre!, gritaba a los policías.
En una mazmorra le fueron mostradas las fotografías de sus víctimas; Rodríguez Silva vio con indiferencia aparente las imágenes. Una vez en su celda, se dejó caer en un camastro y quedó momentáneamente reflexivo. Después se dio a pasear como fiera enjaulada y, cuando pidió un poco de alimento a una mujer con una canasta llena de víveres, la señora respondió: “Te voy a dar un taco... pero de veneno, desgraciado”.

Buen corresponsal
Armando González Tejeda era corresponsal de LA PRENSA en Guanajuato y logró localizar al multihomicida en León, gracias a tenaces investigaciones. Relataba que con la foto del buscado criminal y en compañía del detective José Rentería, recorrió las peluquerías y ya desmayaban en su empresa, cuando llegaron al establecimiento de don Flavio Aranda, en la céntrica calle Hidalgo. El peluquero reconoció al prófugo, porque trabajó con los Aranda en enero de 1934. Y la señora Catalina, nuera de don Flavio, dijo que el señor de la foto “está aquí, va a volver a trabajar con nosotros”. Por cierto, comentó la mujer, “Santiago no sabía que mi esposo falleció hace dos meses y parece que la noticia le apenó mucho”...
El prófugo vivía por una zona denominada Los Tinacos. Un niño recordó que Santiago llevaba una mano vendada, “como si se hubiera cortado”. Entonces se avisó a la Jefatura de Policía y los agentes Francisco Krauss Morales y Eduardo del Prado Romay llegaron a Guanajuato para colaborar en la búsqueda del exmilitar. No tardaron mucho los policías en arrestar al guanajuatense, con los datos originales aportados por el entonces corresponsal de LA PRENSA, Armando Tejeda González...

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